Fotografía por Revista Agathos

Ética, Coronavirus y Trabajo Social Sanitario

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Todas las profesiones que tienen entre sus fines el cuidado, la ayuda y la relación de las personas para mejorar las condiciones de vida, comparten no solo unas problemáticas y necesidades desde el punto de vista de las demandas y de las estructuras organizativas sino un modelo de actuación basado en principios éticos.

Los códigos deontológicos profesionales por más que se circunscriban a una concreta profesión para orientar y guiar su intervención responden o asumen unos principios mínimos que podríamos decir son comunes. Hacer más justas y equitativas a las sociedades, garantizar una mayor igualdad en el acceso a los grados de bienestar social, evitar las desigualdades por razón de edad, sexo, procedencia, credo, nivel cultural, etc., es algo que marca la intervención de los profesionales.

Prestar servicios sanitarios a las personas que se ven privados o afectados en su salud no se hace mirando el patrimonio, el color, la ideología política u otras condiciones personales o sociales, porque se entiende que es la persona el sujeto de derecho y no su condición social o personal. Eso mismo ocurre en educación o servicios sociales. Hay derechos que son universales, que pertenecen a la persona y que están por encima de los gobiernos y de los estados. Así lo reconocen las legislaciones y declaraciones universales de derechos.

La ética de mínimos que perfectamente recoge la bioética en sus conocidos cuatro principios de beneficencia (hacer el bien, -trato digno y respetuoso- y promover su bien), no maleficencia (no hacer daño y evitar todo mal posible: no abusar, abandonar o maltratar), autonomía (respetar la libertad y capacidad de decisión como agente moral) y justicia (Igual consideración y respeto para todos sin ningún tipo de discriminación o marginación, y garantizar el bien común). Estos cuatro ejes constituyen a en sí mismos todo un tratado de ética de la intervención. Lo solemos considerar como ética de mínimos porque no se pueden eludir bajo ninguna premisa ni circunstancia económica, política, sanitaria o social. Si habláramos de ética global, tendríamos que señalar que estos cuatro principios se han de respetar en un mundo globalizado.

Pensando en la pandemia del coronavirus y toda la movilización que para atender a las personas que se han visto afectadas, no cabe duda de que la situación de emergencia ha puesto de manifiesto que los cuatro principios de la bioética están bien arraigados en el ADN de la intervención de todos los profesionales que se han visto implicados en su intervención: médicos, personal de enfermería, trabajadores sociales sanitarios. Este denominador común, hablar el mismo lenguaje en clave de ética, ha facilitado la coordinación de acciones, esfuerzos y medidas, al margen de los inconvenientes, carencias y debates políticos. Podríamos decir que esta pandemia ha puesto de relieve la fortaleza de unos principios y criterios de actuación. Las carencias de medios, la ausencia de normas y protocolos, han desmentido o rebajado el nivel de desarrollo del bienestar social alcanzado, pero no los valores y los principios sobre los que ha de prestarse la ayuda o intervención.

Cuando se haga el análisis de todo lo que ha supuesto esta pandemia y se vea cómo ha quedado devastado todo el escenario de actuación, habrá que pensar en el sentido de esas políticas de bienestar y ver si son sostenibles o son el camino hacia la igualdad.

En clave de reflexión ética no todas las políticas sociales se basan en los mismos principios. Unas benefician a un segmento de la población mientras que otras pretenden nivelar las condiciones de vida. La ética de máximos no es que unos vivan bien y sean felices, es que toda la sociedad pueda disfrutar de los mismos niveles de felicidad.

Se podrán ampliar los principios de la denominada “ética de mínimos” para llegar a lo que se denomina “ética de máximos” que busca el mayor bienestar, la felicidad, la vida en cooperación o lo que algunos autores llaman la buena sociedad. Qué duda cabe que las políticas sociales que se centran en mejorar la vida de la gente, en luchar contra la pobreza, en impulsar sistemas fiscales redistributivos, en exigir mayor igualdad y nivelación social, no se conforman con una asistencia paliativa sino promocional y de bienestar. Pero esto sigue siendo en la mayoría de los países una utopía, un escenario al que se quiere y se debe llegar. Los datos que vamos teniendo sobre la pandemia en España y los efectos de las políticas neoliberales son todo un tratado sobre los valores dominantes y el lugar que ocupan la protección de las personas y el respeto de sus derechos.

Si el trabajo coordinado de diferentes profesionales ha sido una evidencia frente a la enfermedad, interviniendo en muchos frentes, queda pendiente otra tarea que ha de hacerse también de modo conjunto: analizar en clave ética los antecedentes y las consecuencias del coronavirus.

Trigueros del Valle, 5 de mayo de 2020 – J. Daniel Rueda Estrada

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